miércoles, 14 de marzo de 2018

Bajo la lluvia

          El 14 de Marzo de 1997, Arturo Sandoval de 67 años se encontraba en el fondo techado de su casa, contemplando el cielo nublado. Aquel día pensaba en cómo es ese “lugar” al que supuestamente vamos luego de morir. 



Hacía 2 meses atrás, le habían diagnosticado cáncer de pulmón y aunque trataba  de no pasar sus días pensando en la muerte, aquella tarde húmeda, fue invadido por este tipo de pensamientos, que todo ser humano tiene, por lo menos una vez. Pasadas las 5 de la tarde, el cielo comenzó a oscurecerse cada vez más. Mínimos destellos de luz se lograban ver seguidos de un sonido fuerte, Arturo sonreía y recordaba que cuando era chico y se asustaba de aquellos ruidos, su madre le decía que no tema, que solo era Dios moviendo los muebles de su casa en el cielo. Luego de unos minutos, comenzó a lloviznar, levemente las gotas comenzaban a caer y a apoyarse momentáneamente sobre el concreto. Luego apareció el olor a tierra mojada que provenía del cantero de Inés, la esposa de Arturo. El sonido de la lluvia cayendo sobre el techo del fondo, era más que música para sus oídos. La sensación de paz que sentía en aquel momento era indescriptible.
         Cuando la tormenta se volvió un poco más intensa, se levantó, salió debajo del techo y se paró debajo de la lluvia. Se quedó allí durante unos segundos, mojándose la cara. Luego entró a su casa, agarró su boina, aquella que le había regalado su hija en su cumpleaños número 59 y se dirigió a la puerta de entrada de su casa. Inés, con una mirada extraña y llena de incertidumbre le preguntó a donde iba. Arturo contestó que solo iba a dar una vuelta bajo la lluvia, y si bien aquella lluvia podía traerle problemas a su salud, Inés, con solo mirarlo y escuchar las palabras que dijo, había entendido todo. Arturo caminó hasta el portón, lo abrió y salió a la vereda. Allí se frenó y miró en dirección a su casa. Su esposa, quién le había dado el “Sí” hace 32 años, lo miraba desde la ventana. Se tiraron un beso por el aire mutuamente y él comenzó a caminar.

         Arturo no salió porque tenía ganas de mojarse, no salió para ver cómo la gente corre y se amontona buscando el techo de algún comercio para no quedar empapados, tampoco salió para resbalarse en algunas veredas o para salpicarse el zapato con alguna baldosa rota. Él no salió a dar una vuelta normal. Mientras la gente de su barrio corría para no mojarse, mientras su mujer, Inés, hablaba por teléfono en su casa, él solo caminaba bajo la lluvia y como si supiera, disfrutaba de la última lluvia que presenciaría en su vida.

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