Estaba en la estación, me dirigía hacia la
cuna del capitalismo en Argentina. El tren llegó a las diez menos veinte, yo
como de costumbre, al igual que la mayoría busqué de preferencia el lugar de la
ventana. No había mucha gente, hacia un poco de calor, aquel calor habitual en
días de diciembre. Era miércoles.
Tenía que ir a buscar unos papeles para el divorcio, lo tramité allá porque vivía ahí cuando me casé. Lo hice muy joven, no es algo de que me arrepienta pero me acelere en la decisión. Tengo 27 años, me case a los 20 y dure solo 4 años. Aún la extraño, aunque la veo y siento aquel recuerdo volver a mi cabeza. No fue lindo como me enteré, pero ya es un tema del pasado.
Estaba sentado, esperando que el tren
arrancase cuando siento que alguien se sienta al lado. Quedé mirando por la
ventana, con la música en mis oídos, hasta que me decidí a mirar solo por
curiosidad, quien se había sentado al lado mío.
Era una mujer común y corriente, pero con
un cabello rojo, piel blanca y un aro en su nariz. Sus ojos eran encantadores.
Me quede mirándola hasta que me di cuenta que le parecería incómodo y quedaría
desubicado de mi parte. Me cambié de lugar, me acomodé en un lugar en diagonal
a ella. No podía dejar de mirarla, tenía la piel blanca, un rostro celestial.
Su piel parecía suave y aunque su vestimenta no era formal, lo que llevaba
puesto le quedaba perfecto.
Sentía algo raro dentro mío, por completo
me olvidé de mi ex esposa, llegue hasta olvidar porque iba en ese tren. La
muchacha me había cegado, era muy bella. Solo con mirarla se me iba todo lo
malo de mi vida, era mirarla y llegar al sol de un salto. Me hacía sentir
maravilloso, y aun no sé por qué. Sentía miedo en cada estación, porque sabía
que se tenía que bajar alguna vez.
La mire todo el viaje, tenia auriculares
puestos y mascaba chicle. El tren se acercaba a retiro, y yo tenía la tristeza
en el alma porque no la volvería a ver. No era amor, pero me hacía sentir muy
bien el hecho de que solo este allí. El tren llego a destino y la gente se
empezó a bajar, tristemente me levante y camine a la puerta que estaba de
espaldas a ella. Pase solo para verla una última vez, igual sabía que la iba a
mirar cuando camine por el andén. Ella no se movió y me pareció raro. Entonces
decidí hablarle
- Disculpe, ¿no piensa bajar? – dije un
poco nervioso.
- Aquí no bajo – contestó sin mirarme.
- Pero es final del camino – exclamé.
- Para mí no – dijo extrañamente, y me
miró.
- ¿y donde baja?
- No bajo, desde que este mismo tren me
atropelló, vago por acá sin más que hacer – dijo mirándome con sus ojos
intensos.
Mi cara cambio totalmente, era un espíritu,
pero me había hecho sentir muy bien, era todo muy raro. Cuando me estaba por
bajar me dijo...
- No tengas miedo, ni te preocupes por mí,
cuando el tren regrese de donde vino, ya me no estaré aquí.
- ¿Entonces no te volveré a ver? – dije asustado.
- Siempre que vengas a la misma hora,
mismo tren... Me verás – contestó.
Desde aquel día, siempre hablo con ella. Y
aunque parezca raro, viajo todos los días a la misma hora, en el mismo tren....
Solo para verla.
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